Por David B.Gil
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¿Hubo mujeres samuráis?
Es una pregunta recurrente en las presentaciones de mis libros, en charlas y conferencias. Una curiosidad lógica, dado que la imagen que tenemos del mítico samurái es eminentemente masculina. Ha sido así desde las primeras representaciones de estos guerreros en obras literarias como el Heike Monogatari (cantar épico del siglo XIII), hasta las más recientes, como la exitosa serie documental de Netflix La edad de oro de los samuráis (Age of Samurai: Battle for Japan en su versión original).
La respuesta breve que suelo dar es: «sí, hubo mujeres samuráis», y paso a explicar que los samuráis no eran un tipo de guerreros, como se cree popularmente, sino una de las castas que conformaban la sociedad japonesa feudal, al igual que podían serlo los artesanos, los mercaderes o los campesinos. Era la clase gobernante, suponían el 10% de la población y en su origen eran, efectivamente, una casta militar, aunque durante el largo periodo de paz de la era Edo (1603-1868) evolucionaron para convertirse en una casta funcionarial y administrativa.

Retrato de la samurái Ishi-jo (grabado de Utagawa Kuniyoshi, 1848)
La formación de una mujer de familia samurái
Por tanto, en sentido estricto, cualquier mujer de familia samurái era una samurái. Y lo era no solo de nombre, también de facto, pues en muchos clanes era costumbre que las mujeres recibieran instrucción marcial desde su juventud. Dicha formación podía ser más o menos estricta, más o menos prolongada, pero solía abarcar el estudio de diversos tipos de arma y técnicas de combate, con especial hincapié en el uso de la naginata: una lanza de hoja curva que permitía más alcance e inercia en el golpe que la katana. Hasta tal punto se asoció este arma a la mujer de casta samurái, que en muchas regiones se convirtió en costumbre que, tras el matrimonio, la mujer colgara su naginata sobre la entrada de la casa familiar, de modo que siempre estuviera a mano en caso de que fuera necesario defender el hogar.
No debemos perder de vista, no obstante, que durante muchos siglos Japón fue un país fragmentado en decenas de feudos, cada uno con sus propias normas y costumbres, por lo que resulta arriesgado aseverar que dicha instrucción marcial fuera común a todas las mujeres samuráis de Japón. De lo que no cabe duda es de que todas ellas recibían una educación muy diferente a la del resto de clases sociales, siendo imbuidas desde su infancia en la ética del deber y el sacrificio que era propia de esta casta militar.
He de decir, en cualquier caso, que esto no responde del todo a la cuestión de si hubo mujeres samuráis, pues el verdadero sentido de esta pregunta suele ser si hubo mujeres combatientes que participaran de forma directa en los numerosos conflictos bélicos de la época. Es decir, si existieron las denominadas onna-musha u onna-bugeisha (女武芸者). Y esta es una pregunta más difícil de responder.

Retrato de Tomoe Gozen, por el pintor Tom Bagshaw
Tomoe Gozen y Nakano Takeko, mujeres excepcionales
Lo habitual es citar casos célebres como el de Tomoe Gozen, onna-bugeisha del siglo XII que supuestamente batalló en las guerras Genpei, que enfrentaron a los clanes Taira y Minamoto. Hija de Nakahara Kaneto, vasallo de Minamoto no Yoshinaka, se dice que Tomoe no solo conquistó importantes logros militares, sino que comandó hombres en la batalla. El Cantar de Heike la describe como «una guerrera que valía por mil, dispuesta a confrontar a un demonio o a un dios, a caballo o en pie (…). Cuando una batalla era inminente, Yoshinaka la enviaba como su primer capitán, equipada con una pesada armadura, una enorme espada y un poderoso arco; y ella era más valerosa que cualquiera de sus otros guerreros».
Las fuentes que hablan de Tomoe Gozen, en todo caso, son más literarias que históricas, siendo la más reconocida el Heike monogatari, un cantar épico de la tradición oral cuya veracidad histórica puede ser equiparable a la del Cantar de Mío Cid. Es por ello que la figura de Tomoe sigue siendo hoy objeto de debate, resultando difícil separar el mito de la realidad. En cualquier caso, su trascendencia dentro de la tradición samurái y el imaginario popular japonés es indiscutible, más allá de las connotaciones semilegendarias del personaje.
Más certezas hay en torno a la figura de Nakano Takeko (1847-1868), samurái del dominio de Aizu que participó en la guerra Boshin (conflicto entre los clanes leales al shogunato Tokugawa y los partidarios de restituir el poder a la familia imperial). Hija de una familia samurái tradicionalista, recibió una intensa instrucción marcial destacando como combatiente y líder militar. Formó e instruyó a un batallón compuesto solo por mujeres, y las crónicas de la época se hicieron eco de su notoria participación en la batalla de Aizu contra el ejército imperial. Herida por un disparo durante la contienda, solicitó a su hermana que la asistiera en el suicidio ritual del seppuku para no caer en manos del enemigo. Tras ser decapitada por su propia hermana, su cabeza fue enterrada en el templo Hôkaiji, donde hoy día se erige un monumento en su honor.

Estatua Nakano Takeko en Hokaiji (CC BY-SA 4.0)
Lo que dicen las crónicas y lo que nos dice la arqueología
Pero ¿hubo mujeres combatientes más allá de algunos casos excepcionales documentados a lo largo de la historia? Tradicionalmente se ha creído que no. Todos los líderes militares del periodo Kamakura (siglos XII-XIV) o del periodo Sengoku (siglos XV-XVI) fueron hombres, y en las crónicas bélicas no queda constancia de la participación de mujeres en el frente. Algunos hallazgos arqueológicos, no obstante, abren la posibilidad de que los registros oficiales obviaran de forma deliberada la presencia de guerreras en el campo de batalla.
Así, por ejemplo, un artículo del profesor Suzuki Hisashi, publicado en el diario de la Sociedad Antropológica de Japón, informa sobre las excavaciones realizadas en la playa de Senbun-hama (en la ciudad de Numazu, prefectura de Shizuoka). Según las crónicas locales, en dicha playa se enterraron las cabezas de los guerreros muertos en una batalla que tuvo lugar en la región a mediados del s. XVI. La investigación reveló restos de 105 individuos que mostraban perforaciones y cortes típicos de arma blanca, habituales entre los fallecidos en batallas campales. De estos restos, se estima que un tercio eran de mujeres.
Otras excavaciones en campos de batalla referidas son las de Kamakura Zaimokuza, con un 30,5% de cadáveres supuestamente femeninos; la de Haraichi Hachiman-daira (cuyos restos son atribuidos a las campañas de Takeda Shingen durante mediados del periodo Sengoku), con un 20,6% de esqueletos de mujeres; o las del castillo de Edosaki (finales del periodo Sengoku), con un 25% de restos femeninos.
Pero estos hallazgos arqueológicos no pueden considerarse, por sí solos, una prueba concluyente de la participación habitual de onna-bugeisha en los ejércitos del periodo Sengoku, pues era habitual que los samuráis marcharan al frente con sirvientes y criados, resultando imposible discriminar cuántos de estos restos correspondían a guerreros y cuántos a asistentes. Sí se constata, en cualquier caso, que la presencia de mujeres en el campo de batalla era más frecuente de lo que se recoge en las crónicas de la época.
Cualquier conclusión está sometida a la aparición de nuevos datos que la refuten o la ratifiquen, pero, a día de hoy, resulta plausible considerar que las mujeres samuráis participaron en mayor o menor grado en las campañas bélicas del periodo Sengoku. No parece razonable hablar de una participación extensa y generalizada, pero muy probablemente fueron combatientes activas cuando se trataba de la defensa del propio territorio.
Tengamos en cuenta que, durante esta época, las pugnas por conquistar los dominios de otros clanes eran constantes, y la derrota solía significar no solo la pérdida del territorio, sino el práctico exterminio del clan derrotado. Ante una situación tan desesperada, es difícil creer que no se recurriera a un amplio porcentaje de la población con instrucción marcial y perfectamente capaz de combatir, por más que en los registros se silenciara su participación.
David B. Gil (Cádiz, 1979) es licenciado en Periodismo, posgraduado en Diseño Multimedia y máster en Dirección de Redes Sociales.
Ha trabajado como redactor editorial para DC Comics en España y Latinoamérica y ha sido responsable de comunicación en diferentes organizaciones políticas, además de redactor en varios medios de comunicación.
Autopublicó El Guerrero a la sombra del cerezo, que fue finalista del Premio Fernando Lara y única obra autoeditada en ganar un Premio Hislibris de Novela Histórica.
Actualmente publicada por Suma de Letras (2017), continúa siendo la ficción histórica mejor valorada por los lectores de Amazon España.
Su segundo trabajo, Hijos del dios binario (Suma, 2016), fue finalista del premio Ignotus y elegida como la mejor obra de ciencia ficción en español de 2016 por publicaciones como Xataka, Hobby Consolas o La Casa de El.
Ocho millones de dioses (Suma, 2019) es su tercera novela.
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Artículo muy interesante
La verdad es que es un gran artículo!
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Espero poder leer más =)
Hola Gaia!
Muchas gracias por tu comentario. El artículo que ha escrito David es maravilloso y nos alegra que hayas descubierto nuestra web gracias a él 🙂
Un saludo!